En el espejo
No deja de mirarse
La rosa vanidosa
Y sin rubor
Ella misma se admira
Ante tanta belleza
Y no comprende
Como rendidos todos
No besamos sus pies
Y por su aroma
Prendidos y cautivos
La pleitesía
Debida no rindamos
A la rosa divina
Que en su mano alza
El sumo sacerdote
Ante el pueblo
Devoto y genuflexo
De creyentes piadosos.