Háblanos de tu edad primera,
de tu infancia entre tumbas,
cuando todo era un jugar desmesurado
de
delfines tímidos,
de horas como
alondras desplegando
canciones,
de semillas reveladas en bandejas
y de sueños que
intentaran
sobre pirámides
escalar el día.
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¿Recuerdas?
Te envolvía el polvo,
el viento de
eternidad que espumaba
el silencio,
en tanto que crecías custodiada
por gavilanes,
como si no esperaras más que
una corona
o un anillo que trajeran sus garras.
Así abriéronse los
lotos en la
inundación de tu sangre,
hasta que fuiste
jeroglífico de amor
por el que no
pasan
leones.
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