EXILIOS
Los años pasan. Me voy haciendo viejo
en una ciudad extranjera donde no resulta fácil
hacer amigos ni detenerse a conversar.
Estas buenas gentes se pasan los días
trabajando aceleradamente para pagar impuestos.
Sobreviven, sin embargo, entre viejos fantasmas.
Tienen un apetito voraz. Comer y beber es afición nueva,
según me cuentan, para matar sus muchas hambres
de hace apenas unas décadas.
Leen muy poco y ya no van al cine como antes
(la calefacción doméstica ha hecho mucho daño
a la cultura cinematográfica).
En verano el sol no sale como en otras partes
y aunque ocurre lo mismo cada año no cesan de maldecir
y maldecir. (Y ya se sabe: si marzo mayea, mayo marcea).
Pero de nada sirven los refranes para sus quejas y quebrantos.
Esta es una ciudad como cualquier otra, no vayan a creerse.
Si entran en la WEB encontrarán fotografías hermosísimas
y acristaladas galerías y playas y callejuelas de piedra
al uso de cualquier guía turística que se precie.
Esta ciudad tiene, sin duda, magníficos fotógrafos.
Ellos son los artífices
de tantos desengaños.
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