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LAS OLAS, LAS HORAS... 2 parte Plazuela de las Obediencias Alfonsa de la Torre







Las horas

que más prometen

cuando el alma

se enamora,

las que en un fanal

nos meten

forjándonos

a deshora

largos mantos

de esperanza

con oro

de sus esporas.


Las otras.

Las que se temen,

las que comprometen

a solas,

en esquifes

o arrecifes,

sobre acantilados

desolados,

o en istmos

con seísmos

en medio

de oscurantismos

sin posibles cabriolas...


Las horas

que nos delatan

cuando nos aprietan

y nos atan,

las que acusan

y rehusan

cuando afiladas

nos alcanzan

y nos clavan

en lo oscuro

contra un muro

sin salida,

ya al acabarse

la vida,

cuando ya

no se dilatan,

cuando ya

no queda gota

de agua limpia

en la clepsidra...

las últimas,

las que matan.


Las olas

que van perdiéndose

a prisa

como notas

apagadas

en la cantata

sagrada

de una misa

al oficiarse

en altares

de altos mares.


Las olas...

las verdes olas

que refulgen

y esplenden

cuando cabrillean

y perlean;

cuando zumban

y retumban;

cuando braman...

cuando llaman

entre rocas

o entre tumbas;

cuando encantan

con sirenas

o con cornamusas.


Las olas...

tantas estolas

azules,

verdes y malvas,

de Epifanías

y de Albas,

de Vísperas,

de Tinieblas,

de Pentecostés

de fuego

y de Réquiem

de sosiego,

de Cuaresmas

y Natales,

las de pilas

bautismales

y expectativas

de Adviento,

las de las Ferias

Pascuales

del contento.


Estolas

dobladas

sobre las olas,

cruzadas

sobre las horas,

como los brazos

y manos

de un muerto,

sosteniendo

las pequeñas

crucecitas

del tiempo;

como péndolas

paradas

de relojes

polvorientos;

estolas

pintadas

sobre negro

de catafalco

y de entierro

con cruces blancas

igual que tibias

resecas

y huecas

de Memento...


Las olas...

Las horas...










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