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Visité mi pueblo por última vez Magali Alabau








Visité mi pueblo por última vez

Volví.
Fui a revisar
lugares, intersticios
lagunas, mareas y mareos,
olvidos y escuelas,
maestras y recuerdos.
Visité las cuadras donde caminaba
segura que nada cambiaría.
Medí la anchura de las calles,
traté de recordar como lucían.
Pasé frente al colegio que no existe.
Busqué el portón de entrada,
y el miedo a que
cerraran sus aldabas, y yo,
dentro, penitente castigada.
Una vez más entré a los patios
de verdes plantaciones
con canteras y sol cubriendo
la explanada.
El Apostolado,
Teresianas,
las Dominicas Americanas.
Eran las tres ciudades donde
niñas ricas, educadas y pudientes
iban a aprender las oraciones,
el catecismo, los mea culpas.
Las monjas del Apostolado
gravísimas en porte, eran simples
españolas.
Años más tarde
probé la disciplina americana.
Sister Rose Marie, la directora,
autoritaria, caminaba
con hábitos girando contra el viento.
Hope, la más alegre y dulce
de las monjas, seductora
con himnos y alabanzas.
Sister Reparata,
vieja y amargada, arrastrando
el rosario como un péndulo.
Con su rictus de hiel y de amargura
buscaba el perdón en esos rezos.
Sister Malva,
la estricta irredimible,
mirando con desprecio
a todos lados y a todas las esquinas.
La imaginaba dominatrix de noche,
dueña del convento
y de sus látigos.
Sus uniformes negros,
sus vaivenes,
me abrían
el entendimiento
al infinito.
Eran olas de ira y lluvia almidonada.
Eran órdenes
y edictos.
Era la vida teatral que me iniciaba.
¿Que harían en esas celdas solitarias
cuando las mortificaciones
y el vía crucis terminaba?
Fueron épocas diferentes y con sus diferencias.
El Apostolado, de kindergarten al segundo grado.
Después se asentó la oscuridad de la Edad Media.
La tenebrosa pausa
en que no fui a la escuela.
Tuve que resignarme a esa muerte
frecuente que nos visitaba.
Primero, abuelo.
Este hombre dicen que fue un santo
y en verdad
poseía la elegancia
de los que no hablan,
de los que no gastan en vano las palabras,
de los que atienden a las vicisitudes
de los hombres
o de la humanidad, como se dice.
Don Pepe no parecía español de Barcelona
y su origen no era de ese planeta Cienfueguero.
Callado, sin hambre,
sin pedidos,
envuelto en su traje de tres piezas,
chaqueta, pantalones y chaleco.
Su cara color grisona piel de arena,
era un monumento del silencio.
Fumaba sus tabacos refinados
mandados desde España o de Canarias.
Su pelo en dos mitades repartidas
y su porte tranquilo y elegante,
de la Orden de Colón, un caballero.
Abuela era otra cosa,
la jefa, la criolla, la dominante esfera
de la casa, la histérica endócrina, cuadrada
con su perro Sultán en las rodillas.
Sus labios punzantes color rojo
rezaban, rezaban y rezaban.
Creía sin tantas certezas ni escrutinios
en la inefabilidad de Dios y el Espíritu Santo.
De la mano caminábamos
las creches,
las beneficencias,
los teatros
en color y en negro y blanco.
Elsa Aguirre, por Dios,
querida Abuela,
si supieras
qué ha sido de mi vida,
cómo he crecido
tu aceptación rogando
en tu antesala de eternidad
y cines.

Fui
antes de irme hacia el marasmo
y el desorden.
Tuve ilusiones que un milagro
ocurriera,
que pudiéramos llevarte con nosotras
en la maleta grande,
sin un pasaporte,
invisible,
sin que notaran
tu edad, tu negrura y tu ceguera.
Allí fui
a confesarte
la tristeza,
mi falta de voluntad
y mi desprecio al sacrificio.
A confesarte que a pesar
que estabas tan desamparada
sin ojos y con todos los recuerdos
intactos de mi infancia
yo no podría llevarte
a mi futuro.
Que la llama tuya se apagaba
y la mía se prendía a tantos fuegos.
Si supieras lo que es irse,
abandonar las posibilidades,
los cuidados que debemos a los otros.
Romper con todo sentimiento,
apartarse y correr,
hacerse el sordo.
No perecer es la consigna.
Atrás ni un paso.
No quedar en los entierros
de estas celdas y esas urnas
de la casa y de este pueblo.
Yo era planta — me decía,
quería crecer, brillar como
una estrella.
Mis orejas estaban
educadas a conciertos,
a no quedarme sentada en un sillón
cuidando enfermos.
¿Cómo llenarme de telas y de arañas,
de silencios sin triunfos
rodeada de frases estropeadas,
de años por delante
repletos de monotonía y de desgaste?
Y ahora frente a ti,
entre paredes descuidadas,
entre los vasos sucios
que si los muevo de sus sitios
ejércitos de insectos,
cucarachas, se avispan,
me he quedado muda.
Pinto las paredes a ver si
duran, a ver si llego a tiempo
antes que mueras.
Te dejo todo lo que tengo.
Quisiera retomar el tiempo
que pasamos juntas.
Mientras encegueces
yo pierdo las pupilas, los párpados,
los ojos.
Mañana
será la despedida,
perdida de la infancia,
recuerdo inmaculado
que marca la ruptura.
Pedazos inconsolables
que descargo en laberintos,
expediciones, en promesas de ayuda
que nunca he de cumplir.
En aviones,
caminando senderos delirantes,
paisajes extraños
perdidos otra vez en esta
amnesia convenida
que oculta tanta angustia.
Confusión
que me guarda y me distrae
de esta desesperación a fuego lento

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