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Verónica Aranda. 1982. Oficios





Pasaban las muchachas con cestas de granadas;

supe de los oficios más humildes.

Y abrazarte en la aurora

fue perder la partida de ajedrez,

sacrificar la sombra del baniano

donde estaba el asceta sosegado en sí mismo.



Te sostuve, insegura, bajo el cuarto creciente,

y amarte fue también mi oficio más humilde,

como trenzar el mimbre o moler el centeno,

cuidar de los rebaños, picar piedras,

ser barquero en un río caudaloso.



Y amarte fue también mi oficio más humilde,

como el del mercader de marionetas

en un poblado árido o el lastre

de los porteadores de estación.





Y amarte fue también mi oficio más humilde,

como tejer guirnaldas durante treinta noches,

ser acróbata en ferias polvorientas

o intuir otras vidas por algunas monedas

en la choza precaria del astrólogo ciego.

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