EL ROSTRO DE
LA PAZ
Igual
que un rostro virgen rosado por la
aurora,
encendido por fraguas de amores sobrehumanos,
con violas esbeltas de callados ardores
y palideces ebrias.
Igual que un rostro nuevo que asalta sin
sentirlo
y embriaga
por sorpresa,
y aprisiona
por gracia,
y por amor
perdona el temblor y el espasmo.
Como un rostro sin fauna, sin flora y sin
especie,
sin género
ni número ni nombre que le cuadre,
soñado en los carismas y en las apoteosis
y en los apocalipsis.
Igual
que un joven rostro con cresta de
metopa
y entrecejo
de tímpano embutido de arcángeles,
con mirada
evangélica de virtudes y músicas,
de frutas y zampoñas.
Igual que un
rostro hermético de esfinge
milenaria,
con corazón
de pórfido y pupilas de nave,
recostado en
un gesto de promesa sin firma
y de ilusión estéril.
Como
un rostro de fábula en medio de la
fronda,
hollado por
doncellas y ninfas huidizas,
que
excitaran amores bajo copas de árboles
p a r a matar sus héroes.
Igual que un dulce rostro de cementerio
antiguo,
recubierto de musgo y de barbas de hiedra,
con círculos
de muros para abrazar sus muertos
en medio de la noche.
Como un rostro de niño ahogado en una
alberca
por acariciar ovas y peces solitarios,
por poblar
los torrentes de sus truchas perdidas
y curar tiernas alas.
Como fija mirada de inteligente perro
que por ser más que perro no siguiera a su amo
y durmiera a la sombra de los humos más
frágiles
disueltos
entre nubes.
Así como un secreto de místicos estigmas,
como la faz de un muerto que alentara a los
hombres,
como voz de
epitafio que no acaba en olvido,
o un largo amén sin labios.
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