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EL ROSTRO DE LA PAZ (Oratorio de San Bernardino 1950) Alfonsa de la Torre

 




EL ROSTRO DE LA PAZ

 

 

   Igual que un rostro virgen rosado por la

                                      aurora,

 encendido por fraguas de amores sobrehumanos,

 con violas esbeltas de callados ardores

 y palideces ebrias.

 

    Igual que un rostro nuevo que asalta sin

                                      sentirlo

y embriaga por sorpresa,

y aprisiona por gracia,

y por amor perdona el temblor y el espasmo.

 

   Como un rostro sin fauna, sin flora y sin

                                         especie,

sin género ni número ni nombre que le cuadre,

 soñado en los carismas y en las apoteosis

 y en los apocalipsis.

 

    Igual que un joven rostro con cresta de

                                       metopa

y entrecejo de tímpano embutido de arcángeles,

con mirada evangélica de virtudes y músicas,

 de frutas y zampoñas.

 

Igual que un rostro hermético de esfinge

                                    milenaria,

con corazón de pórfido y pupilas de nave,

recostado en un gesto de promesa sin firma

 y de ilusión estéril.

 

 

    Como un rostro de fábula en medio de la  

                                          fronda,

hollado por doncellas y ninfas huidizas,

que excitaran amores bajo copas de árboles

 p a r a matar sus héroes.

 

  Igual que un dulce rostro de cementerio

                                     antiguo,

 recubierto de musgo y de barbas de hiedra,

con círculos de muros para abrazar sus muertos

 en medio de la noche.

 

   Como un rostro de niño ahogado en una

                                       alberca

 por acariciar ovas y peces solitarios,

por poblar los torrentes de sus truchas perdidas

 y curar tiernas alas.

 

  Como fija mirada de inteligente perro

 que por ser más que perro no siguiera a su amo

 y durmiera a la sombra de los humos más frágiles

disueltos entre nubes.

 

   Así como un secreto de místicos estigmas,

 como la faz de un muerto que alentara a los

                                             hombres,

como voz de epitafio que no acaba en olvido,

 o un largo amén sin labios.

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