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El bazar ( Ocnos VII ) Luis Cernuda






El bazar

En la media luz brillaban las lunas biseladas de cristales y espejos, y un aroma confuso de piel de Rusia y ámbar flotaba por el aire. Tras de las vitrinas, junto al terciopelo oscuro de los estuches, encerrando como en una concha irisados reflejos de plata y de porcelana, surgían los grandes frascos de agua de colonia o los más frágiles de perfume. Apenas si quedaba espacio para los mueblecillos modern style, cuyas formas irregulares e imprevistas se percibían aquí o allá, entre los colores vivos y puros de los juguetes. Era una confusión múltiple y rica de colores, reflejos y aromas.

El encanto de aquel ambiente llegaban a cifrarlo enigmáticas unas etiquetas de estrecha forma rectangular, donde el nombre del bazar aparecía en blancas letras de realce sobre fondo escarlata, y las cuales se destacaban sobre el cartón de las cajas que por mi santo o en día de reyes traían a casa los juguetes maravillosos, envueltos en papel de seda y finas virutas ensortijadas, tal un bucle de pelo rubio.

Era aquella atmósfera del bazar una atmósfera femenina, y su seducción particular no se dispersaba con los objetos que de allí salían, en paquetillos atados por una cinta, ocultos en el inmenso manguito de una mujer. Y aunque ésta, con leve rumor de seda, asomando apenas la punta del pie entre los pliegues de la estrecha falda, bajara los escalones de mármol para apelotonarse luego en la berlina que aguardaba afuera, aquel encanto no desaparecía. Quedaba flotando, impersonal e indivisible, como el aroma mismo de las pieles, los polvos de arroz y el opoponax, hecho ya época él mismo, leyenda e historia.

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