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CANCION DE LA MUCHACHA QUE CAMINABA A TRAVES DEL VIENTO. II Oratorio de San Bernardino . Alfonsa de la Torre








Me entregaré al capricho

del bóreas implacable,

sufriré sus caricias,

cargaré con los odres

repletos de su nada.

Ya me cercan los galgos

ululantes del hielo,

me acosan sus mastines,

ánsares y palomas

de polvorientas plumas

hinchan mis velos puros.

¡Qué sensación de nave

encallada en escollos

languidece mis velas!

Soy acacia rendida

al huracán potente

que desgaja las ramas.

¡Si mis brazos cruzados

libraran ligaduras!

¡Si pudieran abrirse

en abrazo marino

hasta remar la brisa!

Serían los turbiones

cefirillos de espuma

jugando en mis cabellos,

y no iracundos potros,

no toros embriagados.

En mallas de coraje

me debato sin tino,

muerdo la tierra prieta,

arrastrándome busco

las guijas aceradas

que besará la luna.



Ya no encuentro mi fuego

he perdido las llaves

del amor en la liza.

No acierto a enderezarme,

si levanto la frente

me ciega el coletazo

de la temida cobra.

He de sorber racimos

de escarcha en los pinares,

trenzar ramos de lluvia,

domesticar los cuarzos

del granizo en la noche,

¡Si lograra encenderme!

Erguir la enredadera

de mi cuerpo tendido.

Florecer como yuca

en las noches de mayo

hecha tirso de velos.

La ciudad está cerca,

me llegan sus campanas,

coronas de colinas

apagarán el viento

y habrá tibiezas dulces,

habrá puertas y olores

de hogar y de membrillos

perfumando manteles

y sábanas de boda.

Llegaré a los umbrales

de las puertas abiertas

donde me esperan besos.

Cenaré en las bandejas

que guardarán mi imagen,

y dormiré en almohadas

de espumosos vellones

escuchando los caños

de las fuentes queridas,

las olvidadas horas.

He de llegar. El ansia

ahuyentará mi miedo,

será una mano fuerte

que arranque la impotencia,

un puente generoso

que del cepo me pase

a lograr mi destino.

Miradme, ya me yergo,

soy de frágil arcilla,

me romperé si caigo,

me anegaré si escucho

las voces que me siguen.

Recupero mi ruta

con los brazos ceñidos.

Zumbidos de colmena

se adentran por las conchas

de mis oídos sordos.

No puedo detenerme,

he de andar contra el viento.

¡Qué oleaje me azota!

¡Qué látigo me ciñe

incoloro y constante!

Los árboles me miran

con sus raíces ciegas

proyectando en el suelo

movedizas distancias

de animales manchados.

¡Ser espiga en la noche

junto a la acequia verde,

marta resbaladiza

entre cañas y juncos

o liebre infatigable,

pero no liebre eterna

mordida por el hielo,

sacudida de lluvia,

flagelada de escarcha

aullada por los canes

de este viento sin tregua!

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