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Ferrol 1916. Ricardo Carvalho Calero 1910 - 1990

 




 Cinco duros pagábamos de aluguer.

Era um terceiro andar, bem folgado.

Pola parte de atrás dava para o Campinho,

e por diante para a rua de Sam Francisco.


No segundo vivia a minha tia aboa:

Tiña unha peza cheia de paxaros disecados

que só abria os dias de festa

para que os nenos disfrutásemos nela.


Ainda vivia minha mãe

e todos os meus irmaos viviam,

e em frente trabalhava o senhor Pedro o tanoeiro,

e a grande tenda de efeitos navais mantinha o seu trafego.

 

Na casa tinhamos pombas

e, por suposto, un grande gato mouro;

e o mue pai era novo ainda

e no mar do mundo cada dia descobria eu unha ilha.


Via o mar da minha fiestra,

e chegavam cornetas da marinha.

E baixava os degraus duas vezes ao dia para ir à escola,

e duas vezes rubia-os de volta.


As mulheres entom usavam capa e corsé,

e íamos à aldeia em coche de cavalos,

e a rua estava ateigada de pregons de sardinhas

e de ingleses que vendiam Bíblias.


Eu tinha un pacto con Deus:

que ninguén dos meus morreria.

E o pacto era observado,

e eu confiaba na perenidade do pacto.


Todo isto fica tam longe

que aduro podo ainda lembrá-lo.

Esqueceria-o dentro de pouco tempo

se non escrebese estes versos.






Cinco duros pagábamos de alquiler.

Era un tercer piso, muy amplio y holgado.

Por la parte de atrás daba al Campiño,

y por delante a la calle San Francisco.

 

En el segundo vivía mi tía abuela:

Tenía una habitación llena de pájaros disecados

que sólo abría los días de fiesta

para que los niños disfrutásemos en ella.

 

Todavía vivía mi madre

y todos mis hermanos vivían,

y enfrente trabajaba el señor Pedro, el tonelero

y la gran tienda de efectos navales mantenía su ajetreo.

 

En la casa teníamos palomas

y, por supuesto,un enorme gato negro;

y mi padre era joven todavía

y en el mar del mundo cada día descubría yo una isla

 

Veía el mar desde mi  ventana,

 y llegaban cornetas de la Marina.

Y bajaba los escalones dos veces al día para ir a la escuela,

y dos veces los subía de vuelta.

 

Las mujeres entonces usaban capa y corsé,

e íbamos a la aldea  en coche de caballos,

y la calle estaba atestada de pregones de sardinas

y de ingleses que vendían Biblias.

 

 

Yo tenía un pacto con Dios :

que ninguno de los míos moriría.

Y el pacto era respetado,

y yo confiaba en la perennidad del pacto.

 

Todo esto queda tan lejos

que a duras penas puedo todavía recordarlo.

Lo olvidaría dentro de poco tiempo

si  no escribiese estos versos.

 

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