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Oda a la soledad José Ángel Valente. 1929 - 2000

 




«Oda a la soledad»

Ah soledad,
mi vieja y sola compañera,
salud.

Escúchame tú ahora
cuando el amor
como por negra magia de la mano izquierda
cayó desde su cielo,
cada vez más radiante, igual que lluvia
de pájaros quemados,
apaleado hasta el quebranto, y quebrantaron
al fin todos sus huesos,
por una diosa adversa y amarilla.

Y tú, oh alma,
considera o medita cuántas veces
hemos pecado en vano contra nadie
y una vez más aquí fuimos juzgados,
una vez más, oh dios, en el banquillo
de la infidelidad y las irreverencias.

Así pues, considera,
considérate, oh alma,
para que un día seas perdonada,
mientras ahora escuchas impasible
o desasida al cabo
de tu mortal miseria
la caída infinita
de la sonata opus
ciento veintiséis
de Mozart
que apaga en tan insólita
suspensión de los tiempos
la sucesiva imagen de tu culpa.

Ah soledad,
mi soledad amiga, lávame,
como a quien nace, en tus aguas lustrales
y pueda yo encontrarte,
descender de tu mano,
bajar en esta noche,
en esta noche séptuple del llanto,
los mismos siete círculos que guardan
en el centro del aire
tu recinto sellado.

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