Y todas las ventanas de los palacios sordos
tapiaré con campanas.
No gritos, no promesas de bastardas edades,
no mosaicos sangrientos.
Sólo una parra dulce
cargada de racimos bajando hasta la sombra,
un susurro de abejas,
un titilar de ramos,
una paz limpia y pura de cenador umbrío
acostada a los pies como can que dormita.
Mi beso será un beso
cargado y penetrante,
con potencia de
siglos,
con deseo de muerte,
un beso de suicida o de amante sin freno;
de ahogado ya sin fuerzas
será mi firme abrazo
y de enfermo sin
prisa mi caliente cobijo.
¡Oh tú que nada sabes
de saberlo ya todo!,
acógeme en tu seno,
refréscame los párpados;
a mis plantas cansadas dales soplo de nieve.
¡Oh tú que nada
sabes, lecho de peregrino!,
adéntrame en la calma de tu quieto oratorio,
donde ya no hay
rumores,
donde ya no penetra
ni el trino del jilguero
porque todo lo sabes
de saberlo ya todo.
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