La tierra de los fracasados
Las madres arden
y los profetas caen por el peso del mundo.
Ya había sucedido hace muchos años pero nadie se acuerda.
De las cosas tristes nadie se acuerda. Las dejamos colgando de los árboles y las barremos con escobas y les echamos lejía y veneno para cucarachas.
Sin saber que los que no hablan serán los que conquisten el mundo.
Había sucedido hace muchos años.
Y cada jueves o viernes por la noche.
Cuando girabas la cabeza para ver que todo lo que respiraba se había ido para siempre. Que lo que agarrabas con las manos se había ido para siempre.
En la tierra de los fracasados los hermanos son altivos y se están quedando calvos.
Aman a sus mujeres porque es lo único que tienen. Aunque ellas sean de cartulina oscura y tengan poco que decir.
Las madres arden.
Los padres buscan barriles con los que rodar por el suelo.
Y los profetas caen por el peso del mundo.
Ya había sucedido hace muchos años pero nadie se acuerda.
Ya había sucedido en enero cuando se acababa el invierno de la maleta y en la mesa no estaban los ojos que sabían mirarte. Que sabían lo que escondes porque sabían mirarte.
Como un águila sabe mirar a una piedra.
Como un águila sabe que una piedra no le alimenta. Pero tampoco le hace daño. Tampoco la va a atacar. La dejará volar triste mientras busca algo que realmente se mueva.
Puede que eso fuera nuestro apocalipsis.
Imagino que esto ya había sucedido hace tiempo. Me lo soplaron en el oído con un rumor de cartas aceitosas y cabello ensortijado. Lo supe de inmediato. Los paseos solitarios, las flores en la carretera, el dolor en los labios y en los dientes que muerden los labios.
Los paseos solitarios.
La falta de una voz que preparaba macarrones y preparaba lentejas y el apocalipsis que vino a la cueva donde tú sabías mirarme como el águila sabe mirar a una piedra. Que sabe que no le va a hacer daño. La mueve con el pico o la golpea con las alas para que se vaya caminando hacia el abismo.
Ya había sucedido hace muchos años.
Los hermanos en su armario de juguetes siendo mayores y siendo diabéticos y siendo estúpidos como un sombrero de paja en un espantapájaros al sol. Las madres que arden. Los padres en los barriles y las flores en las carreteras.
Y el paseo solitario en la tierra de los fracasados.
Donde siempre huele a mar y a pescado y a sal. Donde los abuelos se apoyan en las barandillas contando los barcos pesqueros clavados en el agua como un pensamiento y una enfermedad. Los hermanos creciendo dentro de los armarios.
Las calles desiertas.
Lo de siempre.
Y los chicos que prometen una ola pasajera y se suben a una cama y dan saltos hasta por fin desaparecer del mapa con su gato con sus ojos con su pelo en la espalda con su camisa abrochada
con sus miserias.
La tierra de los fracasados tiene mucho que opinar sobre el apocalipsis y sobre la Historia que Estamos Viviendo. Porque los paseos solitarios comenzaron hace años y los cristales rotos en las tiendas y los que no tienen dónde ir.
Esto ya había sucedido hace tiempo. Pero nadie se acuerda
de que es el pan nuestro de cada día.
Los profetas caen con todo el peso del mundo.
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