20
En esta ciudad nadie escucha el viento,
ni los follajes que se inclinan a la tierra como trofeos
ni la carne de brillos imperiosos
ni los pozos trémulos. Este es tu destierro, memoria.
21
Me conocí a tu lado en la hierba
como puro olvido.
22
Crezco
de su desaparición.
No quería partir.
Sobre la memoria sólo vive el musgo.
Me extravío.
El tiempo me empuja a su mesa salobre.
Regreso.
Una mujer nace sin cesar.
“Son dos chelines
para llevarlo a donde quiere.”
Oigan,
sólo dos chelines
cuesta la dicha.
Ella sale de la espuma,
pero no recuerdo más, nada, la noche en mí.
23
El agua era brillante, pero no existe pozo igual al que
aparece en el sueño.
24
Los ojos inocentes reconquistan territorios perdidos.
25
He vuelto.
Los ojos han encallado en playa inhospitalaria.
Traigo el vellón morado de los orígenes, la noche estancada
en los ojos de los atunes, la cara de la tierra en sus
confines indolentes, siestas donde suenan acantilados,
nubes ardiendo, viandas de rara esencia, fulgor de
grandes hojas
y manos inmemoriales.
26
Me levanté con las luces del día,
como de niño cuando había viaje en casa.
Sobre mis huellas volaban las mismas aves
pesadas de sol,
viento,
llovizna.
Resonaron las costas por última vez, mi cuerpo se
acostumbró a caminar de nuevo y con la sal perdida
construí una torre
llameante.
27
Crece sobre cicatrices la rosa de un mediodía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario