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Rafael Cadenas 1930. - Fragmentos 20 - 27

 



20

En esta ciudad nadie escucha el viento,

ni los follajes que se inclinan a la tierra como trofeos

ni la carne de brillos imperiosos

ni los pozos trémulos. Este es tu destierro, memoria.

21

Me conocí a tu lado en la hierba

como puro olvido.

22

Crezco

de su desaparición.


No quería partir.

Sobre la memoria sólo vive el musgo.


Me extravío.

El tiempo me empuja a su mesa salobre.


Regreso.

Una mujer nace sin cesar.

“Son dos chelines

para llevarlo a donde quiere.”

Oigan,

sólo dos chelines

cuesta la dicha.


Ella sale de la espuma,

pero no recuerdo más, nada, la noche en mí.

23

El agua era brillante, pero no existe pozo igual al que

    aparece en el sueño.

24

Los ojos inocentes reconquistan territorios perdidos.

25

He vuelto.

Los ojos han encallado en playa inhospitalaria.


Traigo el vellón morado de los orígenes, la noche estancada

    en los ojos de los atunes, la cara de la tierra en sus

    confines indolentes, siestas donde suenan acantilados,

    nubes ardiendo, viandas de rara esencia, fulgor de

    grandes hojas

y manos inmemoriales.

26

Me levanté con las luces del día,

como de niño cuando había viaje en casa.

Sobre mis huellas volaban las mismas aves

pesadas de sol,

viento,

llovizna.

Resonaron las costas por última vez, mi cuerpo se

    acostumbró a caminar de nuevo y con la sal perdida

    construí una torre

llameante.

27

Crece sobre cicatrices la rosa de un mediodía.



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