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IRRUMPIERON LOS ANGELES. (Oratorio de San Bernardino 1950) Alfonsa de la Torre

 


IRRUMPIERON LOS ANGELES

 

 Venían de las olas,

de las aguas primeras creadas con plegaria,

 de los mares proféticos latiendo entre los montes,

 de los ojos sagrados con pestañas de hierba.

 

 Venían de las ondas morosas sin ruido,

de las blancas corrientes de leches estelares,

de los fondos profundos de líquidas esencias,

de los abismos bíblicos donde callan las voces.

 

 Venían de los liquenes de espuma nacarada,

 de los esbeltos iris sin raíces de tierra,

 de las alas de cisne no holladas por el aire,

 de las diáfanas linfas sin sorpresa de riscos.

 

Venían de las claras cortinas de la lluvia,

 de las áureas cascadas iluminando árboles,

 de metales y hogueras, de resinas ardiendo,

de sahumerios perdidos ofrendados a dioses.

 

Venían de las gemas y del cristal de roca

 y eran igual que flores con carne de diamante,

eran igual que estrellas con ojos de berilo,

frágiles e intocables rosáceas de los hielos.

 

Salían de las fraguas de volcanes bullentes,

del cáliz de los cráteres abiertos como bocas;

 semejantes a espadas, a hojas de oro fundidas,

echando por los labios la lava de sus coros.

 

Se deslizaban suaves a la par que las nubes,

ascendiendo muy alto como huecas calandrias,

 fontanas y torrentes les servían de túnica

y eran sus trenzas frescos chorros de surtidores.

 

 Chocaron contra el mármol teñido de crepúsculo,

 chocaron contra el cielo sus voces y tiorbas

 y eran los instrumentos en sus brazos amantes

 dóciles bestezuelas gimiendo de ternura.

 

Se escaparon las brisas cautivas en zampoñas,

 la luz de primavera tintineó en los sistros,

 el telar de las arpas desplegó sus praderas

y las cuerdas soltaron los triálogos secretos.

 

 Al temblor de las cañas huyeron los faisanes,

galoparon corceles al retumbar tambores,

 todas las sensitivas quejumbres de las dalias

 revelaron sus ecos al besarse los címbalos.

 

La gracia se volcaba por míticos paisajes

 como una cabellera caía con desmayo,

como una cabellera por los hombres del bosque,

esmaltando de fuego las colinas seráficas.

 

Todos los elementos dejaron la materia,

 cesaron en sus cargos al sentir el concierto;

 ni nubes, ni metales, ni gemas, ni amapolas:

             irrumpieron los ángeles.

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