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José Ángel Valente. 1929 - 2000 Acuérdate del hombre que suspira...





Acuérdate del hombre que suspira...



En el centro de la ciudad o del mundo,

en su jadeante corazón,

en sus plazas

en las brillantes avenidas

de Nueva York o de París,

pulidos escuadrones

se suceden, discuten, empapelan

el destino del mundo.



También hablan de mí;

en ruso o en inglés

hablan de mí,

de mi miseria o de la guerra, dicen

que no quiero morir.



Yo muerdo una manzana,

escupo, estoy tranquilo,

allí me representan,

saben que no quiero morir.



En las asambleas, en los

congresos,

en las reuniones periódicas,

en la primavera o el otoño

los oradores se levantan.

No son hombres,

son los representantes

de América, el Polo Norte o la ciudad de Saint-Louis.



En las plazas,

en el centro de la ciudad o del mundo,

sobre su fragante corazón fatigado,

el reino de la voz que no descansa:

los que hablan en representación

de la tierra,

de la cultura occidental,

del Pacto Atlántico,

de los que tienen un solo ojo

o de los que tienen tres.



Allí y aquí me representan.

Todos me representan.

Soy feliz.

Muerdo mi breve fruto

o mi importante vida; ya no sé.

Estoy tranquilo.

Sueño.

Hay que salvar al hombre.



Me parcelan. Dividen mis derechos

y los defienden por igual.

Ellos, los poderosos

o los santos

o los profesores

o los arzobispos

o los políticos,

los que suelen hablar

en representación de todo el mundo

o quién sabe de quién.

En representación de mí,

Que tengo hambre o como

o lloro (¿en representación de quién?),

de mí tan singular, tan oscuro y diario

que me toco, río o muero a la vez

y en representación de mí mismo solamente

amo la vida así.



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