¿Zagalas con doradas trenzas de espigas prietas?
Las hoces lo
ignoraron,
las guerreras
espadas,
los cuernos venatorios;
pero un pequeño monje,
acaso un pequeñito "Fraticello” paciente
lo vió desde su
celda,
oscurecida a ratos
por montañas gigantes,
y entonces los
pinceles y las voces seráficas
chorrearían trinos,
destilarían luces,
centelleos de mármol,
orgías de sonidos
estallando entre rezos,
y un verdor fresco y puro como una violeta
durmiéndose en las
palmas.
Alguien ha visto un prado
y lo ha dejado quieto fingiéndose olvidarlo,
casi casi perdido como un pobre pañuelo
que a ratos se hace
seda y a ratos se hace lágrimas.
Ante mí tengo el prado que no miraron reyes,
que no segó la usura,
sin planos y sin
guías he llegado a encontrarlo;
ni cipreses ni olivos me mostraron su huella,
por vías de silencios he logrado su aroma
por soledades agrias.
Ya estoy ante el milagro de su ternura agreste,
puedo pastar su
aliento,
su límpida tersura bebería trago a trago.
Cerraré bien los
huecos de la muralla etrusca
antes de
arrodillarme.
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