La miel que ayer, furtiva,
libé directamente del panal,
la tendré que esconder,
de la mirada inconmovible
de mi amante,
que entera la reserva
para el festín de boda.
A mi jardín llega
el sonido de los campos
adornados y me parece que aquí
se prepara el enlace.
Viene un aire cálido, un aliento
arrojado de bruces entre
los jóvenes rosales.
Me siento y abro un libro
al azar,
inquieta porque hay,
oculto moviéndose,
un dios que desciende,
que baja del sol,
como un pomposo abejorro
de la flor,
haciendo cabriolas
y danzando.
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