Seguidor
Mi padre trabajaba con su arado de caballos,
sus hombros hinchados como vela a todo viento
entre el surco y las manceras.
Los caballos se esforzaban al chasquido de su lengua.
Era experto. Colocaba la orejera
y ajustaba la afilada reja de brillante acero.
La tierra se apartaba como oleaje sin romper.
Al final del surco, con un solo tirón
Un toque de riendas, la collera sudorosa giraba
y de vuelta en dirección al campo. Sus ojos
entrecerrados y en ángulo al suelo,
navegando el surco con exactitud.
A tropezones en la estela de sus botas,
me caía a veces en la tierra limpia;
a veces me llevaba en sus espaldas,
en el sube y baja de su paso lento.
Yo quería crecer y poder arar,
cerrar un ojo, afirmar el brazo.
No hice más que seguir
su sombra ancha por el campo.
Yo era un estorbo, me tropezaba y me caía,
siempre iba parloteando. Pero hoy
es mi padre quien se pasa tropezando
detrás mío, y no se quiere ir.
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