Tenaz en su reposo confirmado
el cadáver del año parecía
dispuesto a no moverse de aquel lado
donde la noche estaba menos fría.
Noche que ahora me llega como día,
cuando el día no sabe que es de noche:
viéndome periclitar sin un reproche
sobre papeles que el cansancio enfría.
Entonces, pongo punto y me corrijo,
dejo caer un lado de la trama
y el ángulo mejor del lecho elijo.
Ahora la oscuridad trae su drama:
variados escenarios donde clama
—y donde caben todos los desvíos—
el pobre yo privado de sus bríos
pero cercano siempre de su llama.
Los sueños, cuyos jugos exprimía
la ansiosa sed de los primeros años,
capaz de buscar agua en la sequía,
no los borraron ni los desengaños
y al pasado se van por aledaños.
Traicionados por su lenta agonía,
éste lo ven como el más breve día
que escapó al fin de los nocturnos daños.
Perdí aquellos rostros, tan queridos
que acompañaron fieles cada paso,
en momentos ya altos, ya vencidos,
al llegar la alegría o el fracaso.
Almas amigas, bebí de su vaso,
sabían decir lo claro de lo oscuro,
como inventar la puerta en cualquier muro,
como filtrar el mal en su cedazo.
Ahora la ruta está casi vacía:
será una noche sin más fin que el día,
y no amaneceré con la sonrisa
de pedir una tregua a tanta prisa.
Pero te tuve a ti, mi alma distinta,
volviendo plata la más negra tinta.
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